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21 OCT 2018

El cambio climático ya llegó y exige medidas drásticas

Lo que no podremos negar es que nos alertaron. Una, dos, varias veces. La campana resonó y en cada oportunidad nos encontró ocupados. O distraídos. El mensaje central del Informe del Panel Intergubernamental de expertos en materia de Cambio Climático (IPCC por sus siglas en inglés) de las Naciones Unidas puede sintetizarse en pocas palabras: si todas las sociedades llevaran adelante una acción transformadora inmediata, podríamos aspirar a un futuro más seguro y más próspero. Algunos repliche rolex pensarán que el planteo es absurdo o alarmista, pero la urgencia es real: contamos con apenas más de una década para cambiar radicalmente nuestras economías a fin de garantizar que los efectos del actual calentamiento sean de proporciones manejables.

El cambio climático ya llegó y exige medidas drásticas

El Acuerdo de París de 2015 fijó como objetivo mantener el incremento de la temperatura media mundial "muy por debajo de 2°C con respecto a los niveles preindustriales", aunque resalta la necesidad de "proseguir los esfuerzos para limitar ese aumento de la temperatura a 1,5ºC". Asimismo, los Estados firmantes invitaron oportunamente al IPCC a establecer la viabilidad del objetivo propuesto y los impactos respectivos del calentamiento global con 1,5°C y 2°C. De allí nace el informe.

Evitar lo peor

Preparado con la dirección científica de tres grupos de trabajo, el informe del IPCC evaluó las bases físicas del cambio climático, las medidas de adaptación (reducción de la vulnerabilidad de quienes sufren los impactos) y las medidas de mitigación (acciones destinadas a reducir las emisiones de gases de efecto invernadero). Las contribuciones de más de cien expertos, fundadas en unas 6000 referencias a trabajos científicos de calidad internacional, cristalizaron en ese documento, que constituye un aporte riguroso y clave para la Conferencia de la ONU sobre Cambio Climático que se celebrará el próximo diciembre en Katowice (Polonia), ámbito donde los gobiernos examinarán los avances en relación con el Acuerdo de París.

La mayoría de los habitantes del planeta no ha incorporado el cambio climático entre sus preocupaciones principales, quizá porque se percibe como un trastorno menor, o algo que ocurrirá en un futuro distante o en sitios remotos. Sin embargo, ya estamos viviendo las consecuencias de un calentamiento global de 1°C que se expresa en condiciones meteorológicas extremas, niveles crecientes del mar y un hielo marino menguante en el Ártico.

El informe del IPCC destaca una serie de impactos negativos (sobre la salud, los medios de subsistencia, la provisión de alimentos, el abastecimiento de agua, la seguridad y el crecimiento económico) que serían evitables si el calentamiento global se limitara a 1,5°C. Respetando este máximo, para 2050 varios cientos de millones de personas quedarían a salvo de los riesgos ambientales y la pobreza, al tiempo que disminuiría la incidencia de enfermedades como el dengue y la malaria. En cambio, un incremento de 2ºC implicaría alteraciones gravísimas de los ecosistemas. Los incendios forestales, la desertificación y las inundaciones aumentarían. La pérdida de especies sería mayor. Los arrecifes de coral prácticamente desaparecerían.

Con medio grado más que 1,5ºC, el nivel del mar aumentaría diez centímetros, desplazando poblaciones costeras y agravando la tragedia de las migraciones humanas. Diez millones de personas se convertirían en refugiados en busca de tierras que les permitieran eludir un destino de hambre. ¿Pueden desestimarse las consecuencias políticas y militares de un desastre de tal magnitud? Para millones de mujeres, hombres y niños forzados al desarraigo, el porvenir tiene mucho más que ver con la supervivencia que con el desarrollo. Con cada décima de grado que el calentamiento global agrega, el impacto se agrava. Algunos afirman que las sequías como la de Ciudad del Cabo, los incendios forestales que se han extendido hasta el Círculo Polar Ártico, la reciente tormenta tropical que golpeó las costas de Portugal o los huracanes que azotan el hemisferio norte son una advertencia de lo que vendrá. Y de lo que ya llegó.

Para el IPCC, un techo de 1,5 °C requiere de modificaciones rápidas y de gran alcance en los usos del suelo y la energía, así como en la industria, el transporte y las ciudades en general. Es necesario que, para 2030, las emisiones netas globales de dióxido de carbono (CO2) de origen humano disminuyan alrededor de un 45% respecto de los niveles de 2010 (y que sigan mermando hasta alcanzar la "neutralidad de carbono" mediante la compensación, por medio de bosques u otros mecanismos, de toda emisión de CO2).

La buena noticia que comunica el informe del IPCC es que el calentamiento puede restringirse a 1,5°C. Para esto, se necesitan cambios sin precedentes. No alcanza con reemplazar nuestras lámparas por unas de bajo consumo, comer menos carne o reducir el uso de combustibles fósiles. La acción individual es fundamental como toma de conciencia, pero no es suficiente.

Las opciones existen

Los expertos de la ONU urgen a tomar medidas drásticas contra el cambio climático porque, de mantenerse nuestra actual conducta, hacia fines del siglo XXI superaríamos los 3°C. Podemos tomar las medidas adecuadas para no llegar a una situación incontrolable. Sin embargo, como civilización, ¿seremos capaces de una reacción que exceda una salida coyuntural y aspire a un cambio trascendente? ¿Es factible una acción global de magnitud? Quizá tenga razón el sociólogo francés Edgar Morin cuando –en Las siete reformas necesarias para el siglo XXI– afirma que es preciso contar con autoridades supranacionales para tratar los problemas vitales del planeta.

Es cierto: algunas acciones necesarias para limitar el calentamiento global a 1,5ºC ya están en marcha. Pero el informe del IPCC exige medidas radicales. La demanda de cambios drásticos, reiterada en cada cumbre sobre el clima, ha generado un aumento notable en el uso de energías renovables, pero con el sostenimiento de la explotación de recursos fósiles. De alguna forma, se procede como si nada exigiera actuar con urgencia. Esta actitud revela una cierta perversión, comprensible solo si buscáramos encaminarnos hacia una descivilización.

Mientras que algunas voces afirman que actuar en relación con el clima es demasiado caro, William Nordhaus –flamante premio Nobel de Economía por su modelo sobre el impacto económico del cambio climático– asegura que el costo de reducir las emisiones de gases de efecto invernadero oscilaría entre el 1% y el 2% de la renta mundial. Esos porcentajes representan un poco más que lo calculado por su colega Nicholas Stern en el histórico Informe sobre la economía del cambio climático, donde se estimaba una inversión requerida equivalente al 1% del PBI mundial y se advertía que, de no hacerse, el mundo se expondría a una recesión cercana al 20% de ese PBI. Para Nordhaus, la manera más eficaz de combatir las consecuencias del calentamiento es un plan global de impuestos sobre el dióxido de carbono, aplicable en todos los países, que eleve los precios relativos de los bienes que hagan uso intensivo de ese gas y disminuya los de aquellos que lo demanden poco o nada.

La Argentina debe promover las acciones de adaptación y, al mismo tiempo, detener de modo inmediato la deforestación. Tiene oportunidad de promover la economía circular, un concepto elemental de sostenibilidad, cuyo objetivo es mantener en uso durante el mayor tiempo posible los recursos naturales y materiales que producimos, de modo de evitar el despilfarro de las materias primas, lo que podría ahorrar mucho dinero y recursos. Para resaltar la interdependencia entre los fenómenos climáticos y el desarrollo económico y social basta mencionar que la reciente sequía, la peor en 50 años, le costará a la economía de nuestro país –según la Bolsa de Cereales de Buenos Aires– un declive de medio punto del PBI, además de una compleja red de impactos indirectos como el incremento de peligro de incendios, reducidos niveles de agua, aumento en la mortalidad ganadera y vida silvestre, entre otros.

El informe del IPCC proporciona a los responsables de las políticas y a los profesionales la información necesaria para adoptar decisiones dirigidas a afrontar el cambio climático y crear una sociedad más sostenible. Como sugiere Morin, vivimos en una comunidad con un mismo destino, aún más cuando existen amenazas que nos afectan a todos. Tenemos un porvenir común que debería unirnos y una responsabilidad como especie para que el cambio ocurra. No hay otra forma de legar a las próximas generaciones un planeta en condiciones de habitabilidad.

El autor es miembro fundador y director ejecutivo de la Fundación Naturaleza para el Futuro

 

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