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Desterrados climáticos, migrantes sin destino que han perdido todo
Millones de personas en el mundo dejan sus hogares huyendo de un suelo que ya nada les da, solo aspiran a sobrevivir; se van de una tierra extinguida hacia un sitio que no buscan, porque no se las deja ingresar adonde aspiran
Son migrantes, no inmigrantes. Seres sin destino. Obligados a abandonar sus hogares. Huyen de un suelo que ya nada les da. Solo aspiran a sobrevivir. Lo han perdido todo. Se van de una tierra extinguida hacia un sitio que no buscan porque no se los deja ingresar adonde aspiran. El Alto Comisionado de las Naciones Unidas (ONU) para los Refugiados (Acnur) asegura que, desde 2008, un promedio anual de veintiún millones y medio de personas han sido desplazadas a la fuerza por eventos relacionados con el clima. Y se espera que estas cifras aumenten en las próximas décadas.
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Inundaciones, tormentas, sequías, incendios forestales y temperaturas extremas aniquilaron sus vidas. Si estos migrantes climáticos formaran una línea imaginaria, separados por un metro, esa fila uniría ambos polos del planeta. El Acnur reveló que el año pasado el número global de desplazados por conflictos, violaciones de los derechos humanos, la guerra de Ucrania y otras crisis ha superado los cien millones. Si esta masa descomunal de personas también formara una fila, separada ahora solo por medio metro entre cada uno de sus integrantes, su longitud circundaría el planeta como una cadena humana. El destierro fue la pena impuesta en el pasado a quienes fueron sentenciados como enemigos del Estado. Expulsados de su patria, se les impedía regresar bajo pena de muerte. Ese ejercicio despiadado de la omnipotencia del poder fue repudiado por la Declaración Universal de los Derechos Humanos de 1948. Pero los desterrados no desaparecieron. Hoy abundan, y aun más que ayer. Los condena el calentamiento global. Son víctimas de la agonía de la Tierra. Usualmente se los agrupa bajo una denominación demasiado aséptica para reflejar el dolor que los agobia: migrantes climáticos. La designación que realmente les cabe es otra: la de desterrados. Es por eso que el Acnur no respalda el uso del término “refugiado climático” ni se ha incorporado el concepto en la Convención de Refugiados de 1951. Actualmente se contempla solo a las personas perseguidas por cuestiones de raza, religión, nacionalidad, pertenencia a determinado grupo social u opinión política y que no reciben la protección adecuada por parte de sus gobiernos. Es cierto que vincular exclusivamente la migración al cambio climático es controvertido. Renombrados científicos y numerosos estudios aseguran que el aumento de las temperaturas y el clima extremo potencian la migración. Pero es difícil separar este factor de las múltiples razones que fuerzan a las personas a abandonar su patria. Probablemente haya una combinación de factores sociales, políticos, económicos, ambientales y demográficos. Pero lo que seguramente ocurre es que la crisis climática resulta un multiplicador de amenazas que exacerba los problemas ya existentes y genera una migración que llamamos “de supervivencia”. Es la de los desterrados. Desterrados de sus hogares por el hambre, por la sed, por la inclemencia de los ríos desbordados que lo arrastran todo a su paso. Se van y, aun presintiendo que no serán acogidos con solidaridad adonde lleguen, son muchos los que se arriesgan a perecer ahogados en el intento de alcanzar por mar el pan que les falta. Su situación se revela con más elocuencia en sus caras y en sus cuerpos que en sus palabras. No se reconocen como seres humanos en los ojos de quienes los miran y en el desprecio de quienes los reciben tampoco reconocen a seres humanos. No encuentran cobijo en el lugar al que llegan. Nadie los espera. Fruto de una tierra devastada, los desterrados son también seres humillados. A medida que las condiciones de habitabilidad del planeta se reducen por obra de la inoperancia ante el calentamiento global, se multiplican las víctimas de la catástrofe. La proliferación de desterrados en el planeta lleva a preguntarnos por la interdependencia entre las víctimas y sus victimarios, entre los desterrados y los países que más emisiones provocan. Si no puede asegurarse que haya habido una intención de generar espacios planetarios estériles y destierros intencionales, lo concreto es que una vez que se producen y se comprueba su causa es imprescindible un cambio de conducta. Se ha hecho poco para abordar la difícil situación de los migrantes afectados por el cambio climático y menos aún para reducir los riesgos generados por las condiciones climáticas adversas. Lo cierto es que hoy a la demanda de un trato más humano se responde con indiferencia. Se diría que carecemos de la sensibilidad y la comprensión necesarias para hacer frente a lo que ocurre en los campos de refugiados, esos asentamientos que deberían ser temporarios pero de los que, una vez que se ingresa, ya no se sale y que podrían ser las ciudades del mañana. Siniestras ciudades de no ciudadanos ubicados en un no lugar. El tema recibió escasa mención en la cumbre climática de la ONU COP27 en Egipto a fines del año pasado: apenas una escueta inclusión en el preámbulo. ¿Puede esperase un enfoque más profundo el año próximo en Dubái?. Si bien los conflictos armados y la pobreza han sido tradicionalmente los principales motivos de movimientos forzosos de la población, desde hace unos años los efectos del cambio climático se han transformado en una alarmante causa de migración. El Banco Mundial estima que si no se corrige la tendencia, en 2050 el número de desplazados podría alcanzar los ciento cuarenta millones. La mayoría de estos se movilizan en el interior de cada uno de los países afectados, pero inciden cada vez más en las grandes migraciones transfronterizas. En los últimos años, la mayor parte de los desplazamientos por motivos climáticos ocurre en el África subsahariana, Asia meridional y el corredor seco de Centroamérica. La terrible paradoja del cambio climático es que quienes menos han contribuido a provocarlo son quienes en mayor medida sufren sus consecuencias y en peor posición se encuentran para contrarrestar sus efectos o adaptarse a ellos. En un contexto de miedo generalizado al futuro, de deterioro de la biosfera, de la crisis general de la democracia, del aumento de las desigualdades y de las injusticias, de la proliferación de armamentos, ¿qué lugar replika ure podrán tener los sentimientos de solidaridad hacia los desterrados?
Santiago Kovadloff Luis Castelli
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